viernes, 29 de marzo de 2013

¿Cómo nace la poesía?



La historia comienza en tiempos en los que Mito y Logos, reunidos en una única verdad, cobijan todos los sentidos posibles; el hombre no tiene conciencia del tiempo pero sabe de su fragilidad ante el universo que se yergue amenazante. Esta criatura dotada de logos -palabra y razón al mismo tiempo- es la única especie que habla y sabe del poder de la palabra. El Mito alimenta la imaginación creadora necesaria para que el universo tenga belleza y sacralidad; el Logos aporta la justeza de la razón, el cálculo y la incipiente argumentación filosófica. Los lazos entre Mitos y Logos son raigales, establecieron el primer nexo del hombre con el universo para hacerlo habitable; sagrado y profano fueron las dos versiones en las que podía leerse la realidad. Sin embargo, hubo un momento en que ese estrecho contacto, garantía de armonía, se quiebra. No es un acontecimiento violento ni tiene fecha fija, sólo sucede; el logos -razón- se aparta y despliega sólo uno de sus perfiles: su poder de abstracción, y con él domina el horizonte. Nacen la geometría y las matemáticas, el tiempo se parcela, aparece la historia y, un poco más tarde, se inicia la ciencia. 

Es el momento en que el Mito -primer relato abarcador, lugar de la metáfora y la poesía- pierde poder; sus historias pasan a ser fantasmagorías, como las llama Platón quien destierra a los poetas de La República porque hacen creer que la poesía dice verdad. Las verdades mítico-religiosas pierden fuerza; el Logos ha establecido su reinado, adquiere prestigio, es garantía de la racionalidad de lo real. El logos griego que era en su origen palabra, pensamiento, fuerza vital, se tradujo al latín -y ninguna traducción es inocente- como ratio; y ratio, es razón pero también cálculo, cuenta, ración, porción. Así, la filosofía dice que la mente racional refleja la realidad y que la verdad ya no es de carácter sagrado, es la adecuación entre la proposición y los hechos del mundo. 



Cuando el mito -y su bagaje simbólico- se desploma, sus simbolismos buscan -con astucia y sagacidad- cómo sobrevivir. De allí el ardid, el escamoteo del pensar. Como David, debió luchar contra un gigante con artilugios, no con armas convencionales. El mito se refugia en la poesía, en el teatro griego y, sin olvidar que es una modalidad del logos, apuesta a verdades de otra índole, de gran potencia metafórica, lejos del carácter argumentativo propio de la filosofía. Sin duda este Logos pudo más: nace la filosofía y con ella el Occidente que conocemos y que somos. Así la poesía -el teatro de Esquilo a Sófocles y Eurípides, la Ilíada y la Odisea- se transforma en relatos de menor impronta en los espíritus que los filosóficos. Queda establecido: uno contiene sólo ficción, falsedad; el otro, pensamiento verdadero. 




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